
Andan sacudidos los cimientos de Hollywood estos días a consecuencia de los sucesivos escándalos sexuales que han salpicado últimamente a algunas de sus figuras más prominentes. La vergüenza que provoca lo ocurrido es mayor al saber que las historias desveladas en las últimas semanas se mantuvieron en secreto durante años debido en buena parte al miedo de las víctimas, el abuso de poder de quienes perpetraron el acoso y la connivencia de quienes conociendo los hechos se negaron a denunciarlos para proteger a sus autores.
El manto de silencio que ha cubierto toda esta cloaca maloliente se ha evaporado tras la primera denuncia contra el productor Harvey Weinstein, que ha abierto la veda para que otras víctimas se hayan atrevido a dar por fin el mismo paso. No solo contra él sino también contra Kevin Spacey, señalado por el actor Anthony Rapp como autor de un supuesto abuso sexual ocurrido hace 30 años.
De las dos celebrities denunciadas durante el último mes llama la atención un denominador común y es la torpeza con que ambos personajes han actuado a la hora de manejar el caso pese a contar con acreditados asesores en comunicación de crisis.
Harvey Weinstein, hasta hace poco uno de los personajes más poderosos de Hollywood, convirtió Miramax en los años 80 en una máquina de ganar dinero. Su primer gran éxito fue curiosamente Sexo, mentiras y cintas de video, un título digno de él. Hacía años que los rumores en torno a su comportamiento con las actrices que trabajaban para The Weinstein Company eran cada vez más intensos, aunque nadie se había atrevido aún a denunciar a un personaje tan influyente.
La desastrosa reacción de Wenstein cuando el New York Times publicó la historia es ya habitual en este tipo de casos. Primero, amagó con denunciar al diario matando así al mensajero. Un auténtico despropósito, ya que lo más previsible es que, emprendiendo acciones contra el periodico, solo se consiga echar más leña al fuego y animar a otras víctimas a relatar públicamente sus casos. De hecho, eso es exactamente lo que ha ocurrido.
Posteriormente, el productor emitió una declaración de disculpas, o así la entendió él, que dejó bastante que desear. Entre otras cosas, Weinstein intentó justificar su actuación argumentando lo siguiente: “Alcancé la mayoría de edad en los 60 y 70, cuando las reglas de comportamiento y los entornos laborales eran diferentes. Esa era la cultura entonces”. Si los hechos denunciados por numerosas mujeres eran deplorables en sí mismos, la reacción del productor, carente de empatía y remordimiento, no ayudó precisamente a despertar adhesiones.
Tampoco ha sido muy afortunada la respuesta de Kevin Spacey tras conocerse el testimonio del actor Anthony Rapp, que ha revelado que fue acosado sexualmente por el protagonista de House of Cards cuando era aún menor de edad. Para salir al paso, Spacey pidió disculpas y afirmó: “Esta historia me ha animado a abordar otros temas de mi vida”, en referencia a su orientación sexual, que ha dado pie a numerosos rumores durante toda su carrera. En concreto, Spacey reconoció haber mantenido relaciones “con hombres y mujeres” para terminar anunciando: “Ahora he decidido vivir como un hombre gay”.
¿Qué tienen que ver sus preferencias sexuales con los hechos denunciados por Anthony Rapp? Absolutamente nada. De ahí que la declaración del actor haya provocado aún más enfado en las redes sociales, donde se ha criticado a Spacey por mezclar dos temas completamente distintos, tal vez pretendiendo desviar la atención del publico.
Como siempre, de los casos protagonizados por Weinstein y Spacey se extraen interesantes conclusiones:
- Toda crisis puede reconducirse si se adoptan las medidas adecuadas y se ofrecen argumentos consistentes. Justificar un caso de abusos sexuales escudándose en que “eran otros tiempos”, como hizo Weinstein, o intentando desviar la atención del publico, como Spacey, no parece lo más inteligente.
- Una disculpa a tiempo es obligatoria siempre que se ha cometido un daño a alguien. Pero solo ayudará a reparar este si es sincera, muestra verdadero arrepentimiento, empatía con las víctímas y se toman medidas drásticas para que los hechos no vuelvan a repetirse.
- Por muy dormidos que parezcan estar durante décadas nuestros secretos más inconfesables, resulta iluso pensar que jamás saldrán a la luz. La hipertransparencia propia de esta era en la que vivimos está reñida con semejante creencia. Como ha dicho estos días la actriz Ashley Judd, una de las víctimas del productor norteamericano, «las mujeres hemos hablado entre nosotras sobre Harvey mucho tiempo y ya es hora de que mantengamos esta conversación públicamente«.
Fantástico artículo con interesantes conclusiones y la maestría de Javier Salgado a la hora de afrontar situaciones de crisis.