
Un 24 de enero, el diario EL PAÍS tuvo que retirar precipitadamente su primera edición de los quioscos españoles tras comprobar que la foto que mostraba a Hugo Chavez moribundo en un hospital de Cuba no era verdadera. Corría el año 2013 y Marc Amorós tuvo el presentimiento de que el fenómeno de las noticias falsas iría in crescendo en los años sucesivos, poniendo en peligro la reputación de personas y marcas. “¿Cómo podía pasarle algo así a un periódico de prestigio, solvencia y gran trayectoria? Aquello me sorprendió muchísimo y desde entonces tuve en la cabeza la idea de abordar este fenómeno para acercarlo al gran público, que en el fondo somos todos los que consumimos información”. Cinco años después vio la luz “Fake News. La verdad de las noticias falsas”, un libro en el que este periodista, guionista y escritor analiza las características de un virus cuyo poder de difusión es vertiginoso y letal.
¿Por qué cree que los datos veraces, aunque sean contundentes, no resultan suficientes en para hacer frente a fake news?
Las fake news buscan imponer la emoción a la razón. Por eso apelan a nuestros instintos más básicos: miedo, terror, indignación, disgusto, sorpresa… Y todos estos instintos se usan para construir una noticia falsa que busca colarse en nuestro pensamiento básicamente para darnos la razón. Las fake news tienen éxito en tanto que consiguen reafirmar nuestra opinión. Y cuando lo consiguen, crece en nosotros una necesidad de compartir la noticia para ver cómo los demás comparten a la vez su creencia en ella. Ante esta apelación directa a la emoción está comprobado que contestar con un dato razonable a una noticia falsa no funciona.
¿Por qué?
Básicamente por tres razones. Uno, porque el cerebro prima siempre la información novedosa a los matices o puntualizaciones sobre noticias ya conocidas. Dos, porque el impacto que recibe el cerebro cuando recibe por primera vez una información es tan grande que es difícil luchar contra él. Y tres, porque nos encanta tener la razón y nos cuesta mucho admitir que nos la han colado. Por eso, la respuesta a una fake news debería buscar crear un nuevo impacto en el cerebro, es decir, una nueva información real que desmonte la falsa y que actúe en el mismo plano comunicativo que la noticia falsa.
¿Podría darnos un ejemplo práctico de empresa o personaje afectado por fake news que haya apelado a las emociones para combatirla?
El 19 de diciembre de 2011 empezó a circular en redes la noticia de la muerte del cantante Jon Bon Jovi a los 56 años. Era falsa. El propio cantante salió rápidamente al paso de la noticia falsa y publicó en Facebook una fotografía suya sonriente ante un árbol de Navidad con un mensaje escrito a mano que decía: “El cielo se parece mucho a New Jersey, 19/12/11 6:00”. Bon Jovi logró con esa imagen desmentir su muerte y lo hizo generando una nueva información, sin mencionar la falsa, con una apelación directa a la emoción y con una publicación en el mismo medio que circulaba la noticia falsa.
Pepsico vio cómo sus acciones bajaban tras la difusión de una noticia falsa que provocó un boicot de los consumidores. ¿Cómo deben luchar las empresas contra este fenómeno?
Este es un tema muy delicado. Ahora estamos descubriendo el daño que una noticia falsa puede provocar en una empresa si no se reacciona de una forma rápida y efectiva. Ante este fenómeno las empresas tendrán que aprender a no menoscabar el peligro y el impacto que las fake news les pueda provocar y a gestionar su verdad en internet para que una noticia falsa no les haga temblar. Por eso apuesto porque las empresas tengan una escucha muy activa en redes para saber qué se dice de ellas en internet en todo momento y en caso de detectar una información falsa, actuar con la máxima celeridad posible sin caer en el error de pensar que esa noticia no se viralizará. Y hacerlo intentando crear un nuevo impacto que actúe en el mismo plano comunicativo para lograr que esta nueva información desmienta de forma efectiva la noticia falsa y se imponga en el relato informativo.
¿De qué manera ha influido la crisis del periodismo en el fenómeno de las fake news?
El periodismo sufre un cambio de paradigma en el que ha dejado de ser el principal emisor de información. Ahora las redes sociales facilitan a cualquier usuario difundir tanta información como guste. Y no sólo a los usuarios, también posibilitan que las empresas y los gobiernos tengan un hilo directo de difusión de información hacia sus consumidores o votantes. Así pues, el filtro que aplicaba el periodismo ha desaparecido. De hecho, ni siquiera se precia. Hasta el punto que ahora nos hemos acostumbrado a informarnos de manera totalmente gratuita.
¿En qué se traduce eso?
Eso, para el periodismo es un ataque directo a su primera línea de flotación. Así las cosas, los medios de información en su conversión digital caen víctimas de la dictadura del click, que hoy por hoy es la forma de monetización que tienen en internet y redes sociales. Y como internet no premia la buena información sino a quien es capaz de generar mayor tráfico, el periodismo ha acabado por incorporar al circuito informativo informaciones que antes se descartaban por falta de rigor, comprobación o datos. Y esto abre de par en par la puerta a la entrada de fake news.
En 2022 la mitad de las noticias serán falsas. ¿Cree que los Gobiernos deberían hacer algo más al respecto?
La organización a favor de la democracia y la libertad política Freedom House afirma que hay 30 gobiernos en el mundo que emplean ejércitos de “modeladores de opinión” para difundir información conveniente a sus intereses en las redes sociales. Así que lo primero que deberíamos lograr es un compromiso de todos los Gobiernos para con la verdad y contra la difusión de fake news. Históricamente, el poder siempre ha querido controlar la información, por eso intentar regular por parte de los Gobiernos la información es algo delicado que puede ir en detrimento de la libertad de expresión y el derecho a la información.
Malasia castigará con seis años de cárcel a quien divulgue fake news. ¿Es una pena draconiana?
Malasia está haciendo campañas institucionales de publicidad para concienciar a la gente de que compartir una mentira nos convierte también en mentirosos. La educación es y debería ser siempre una herramienta más útil a largo plazo para luchar contra las noticias falsas. Ahora bien, perseguir la difusión de fake news es algo que incluso en Alemania han puesto encima de la mesa. Estoy de acuerdo con que hay que terminar con la impunidad de la difusión de noticias falsas en internet. Mentir y dar un testimonio falso en un juicio, por ejemplo, es delito, ¿por qué mentir en internet de forma intencionada con ánimo de lucro o con ánimo de manipulación no lo es?
¿No cree que algunos Gobiernos autoritarios podrían utilizar la excusa de las fake news para amordazar a la disidencia?
Sin duda. Por eso apostaría siempre por mejorar la educación de la sociedad y de las nuevas generaciones en las dinámicas del nuevo flujo de información existente en redes sociales. Intentar controlar la información por parte de los Gobiernos es algo que históricamente se ha ambicionado siempre. Y en muchos periodos históricos se ha conseguido y ejercido. Por eso debemos estar atentos para que la lucha contra las fake news no sirva de excusa para atacar la libertad de expresión y el papel de contrapoder que debe ejercer el periodismo.
Según el MIT, las noticias falsas se difunden más que las verdaderas. ¿A qué cree que se debe este fenómeno?
La culpa de todo esto es nuestra. Nosotros somos quienes creamos las fake news, quienes las recibimos, nos la creemos y quienes las difundimos. Sin nosotros, las noticias falsas ni existirían ni serían un peligro. El MIT documenta que una noticia falsa se comparte entre 1.000 y 100.000 veces y que una noticia verdadera no llega nunca ni a los 1.000 compartidos. Y esto pasa porque las fake news molan tanto que queremos creer en ellas porque persiguen darnos la razón. Una buena noticia falsa es la que consigue que al leerla digamos “esto ya lo decía yo” o “ves cómo tenía razón”. Cuando esto ocurre, ya no nos importa tanto si es verdad o mentira porque queremos creer en ella. Y una vez creída, nos encanta compartirla para que nuestros amigos en redes sociales nos den también la razón y juntos nos reafirmemos en nuestras creencias previas. Así las cosas, vivimos atrapados en una burbuja de opinión y a través de las redes sociales buscamos crearnos nuestro propio informativo irreal. Ya no nos importa tanto estar bien informados, sino que buscamos informarnos para no cambiar nunca de opinión.
¡Muy interesante!