
De todos los libros que han caído en mis manos últimamente, uno de los más interesantes ha sido, sin duda, el de “Arden las Redes”, de Juan Soto Ivars. El autor, que ejerce de columnista en medios como El Confidencial, analiza en él tendencias muy habituales en esta sociedad nuestra, cada vez más crispada, como son el linchamiento digital o los boicots a una marca a través de las redes sociales. Fenómenos que, invocando a veces una supuesta corrección política, terminan dando lugar a una nueva forma de censura, como hemos tenido ocasión de comentar más de una vez en este blog. Editado en 2017, su contenido está hoy más vigente que nunca, como estamos comprobando con motivo de la crisis del COVID-19 y de los episodios de lapidación digital con los que nos desayunamos día sí, día también.
En su libro se pregunta si somos “tan cabrones” en las redes sociales como parece. ¿A qué conclusión ha llegado?
Las redes sociales son el mínimo común denominador de nuestras miserias. Aquí no sirve meter las buenas acciones promovidas en las redes. Más allá del postureo, la gente buena es igual de buena en las redes que fuera. Sin embargo, hasta los mejores pueden ser miserables en redes, alguna que otra vez. Poder insultar a alguien sin verle la cara nos coloca en una posición de psicopatía emocional. No hay empatía real en las redes, en todo caso sentimentalismo.
Usted mantiene que la camaradería del linchamiento nos coloca en medio de un grupo que nos premia por nuestras ocurrencias más crueles. ¿Necesitamos sentirnos respaldados por la masa, aunque sea a costa de humillar al prójimo?
La necesidad de pertenencia al grupo ha sido siempre el laboratorio para investigaciones muy enjundiosas, desde la filosofía a las ciencias sociales y la psicología. Las redes no son distintas aquí, pero potencian los vínculos superficiales mientras que atenúan los vínculos humanos. Es, como dice Byung-Chul Han, un enjambre atado con lazos irreales. Tiene mucho que ver con el sistema de premios y castigos integrado en la programación: tendemos a comportarnos como intuimos que seremos premiados con likes. Durante un linchamiento, todo el mundo sabe lo que tiene que hacer para sentir la caricia colectiva (y falsa) de la buena reputación.
Uno de los últimos personajes linchados en Twitter ha sido Mamen Mendizábal, presentadora La Sexta, por decir en febrero pasado que el coronavirus no parecía algo serio. Lo decía citando fuentes médicas. ¿Cree que el confinamiento está animando a algunos a sacar sus cuchillos en las redes?
Por supuesto. Pasamos mucho tiempo con las redes, estamos en una situación estresante y desasosegante, nuestras perspectivas no son buenas y nos falta, en general, calor humano y conexión. Estamos, por tanto, sin vacuna contra la crueldad típica de las redes. He dejado de atender a los linchamientos durante el confinamiento porque no me daba la vida. Si en condiciones normales suele haber uno grande por semana, ahora tropiezo con un gran linchamiento al día. Esta violencia se ha convertido en el paisaje normal de las redes durante la pandemia.
¿Un comentario racista, por ejemplo, debe estar protegido siempre por la libertad de expresión?
Yo creo que sí, tanto si es una broma como si va en serio. Mi postura aquí es bastante radical: ni siquiera creo que los llamados mensajes de odio estén fuera de la libertad de expresión. Si la sociedad está suficiente corrompida como para que un mensaje racista tenga éxito, la mordaza me parece ineficaz, tenemos un problema mucho más gordo. Yo no me preocupo por el mensaje, sino por los que lo corean. Censurar a esa gente es peor que dejarla hablar.
¿Cree que un judío, por ejemplo, no debería sentirse molesto por alguien que niega el holocausto por el hecho de que quien lo niega lo dice en broma?
Un judío o un gentil: cualquiera puede sentirse molesto por lo que le moleste. No creo que haga falta ser judío par enfadarse por eso, ni que los judíos estén obligados moralmente a molestarse. Separo la susceptibilidad o el sentimiento íntimo de molestia del grupo al que pertenezco. No me da la gana de ofenderme, digamos, por los insultos que pueda recibir España por parte de Cataluña. Nadie, ni siquiera nuestro grupo, debería obligarnos a enfadarnos o no.
¿Considera que la sátira no debe tener límites?
No es que considere que no «debe tener» límites, es que no los tiene. La sátira es hija del pensamiento libre y el pensamiento libre no es susceptible de ser limitado por nadie. Los límites de lo aceptable vuelven a estar en cada uno, y dado que no habrá nunca acuerdo absoluto, nadie debe imponer los suyos. Ni siquiera la mayoría tiene derecho a poner límites a la sátira de la minoría.
Usted mantiene que cuando una empresa actúa contra un empleado o un embajador de marca que ha mostrado, por ejemplo, una actitud xenófoba, lo hace por cobardía, para salvar su reputación ante la furia de las redes. ¿No cree que hay compañías que pueden hacerlo por principios, es decir, en defensa de unos determinados valores?
El único valor que deben defender las compañías es la protección de sus trabajadores. Las compañías no son curas, ni ministerios de la moral, sino empresas productivas que emplean a personas. Cuando despiden a uno de sus trabajadores por un chiste, esas empresas están traicionando el único valor que deberían respetar.
En su libro recuerda el linchamiento de Jorge Cremades por decir que hay más violaciones de hombres que de mujeres. Y califica de “error” la petición de perdón por su parte. ¿No piensa que pedir perdón es una muestra de humildad?
Mi impresión es que Jorge Cremades no sentía que tuviera que pedir perdón, sino que una turba lo estaba destrozando injustamente. Pedir perdón a quien comete una injusticia contigo es inmoral. Si tú en tu fuero interno crees que has cometido un error, debes pedir perdón. Pero cuando te están acusando de maltratar literalmente a las mujeres por un vídeo satírico esa gente no merece tus disculpas.
Muy interesante
Lo felicito, Javier. El análisis del comportamiento humano cuando está en grupo, y todavía más, en el anonimato de las redes sociales, siempre será intrigante. ¿Sería tan gentil de permitirme releer esta edición del tema con mis alumnos universitarios? Gracias. Ramón Palacios Díaz de León, Universidad Autónoma de Aguascalientes, estado de Aguascalientes, México.
Gracias a ti, Ramón. Por supuesto que puedes compartirlo con sus alumnos, es un honor. ¡Un saludo desde España!